El arte de la muerte.

|

La niña dibujaba. Dibujaba todo el día, era su forma de vivir. Soñaba con sus dibujos, y en sus doce años en la Tierra sus únicos amigos habían sido sus personajes.

Sonaba el despertador. Se había dormido sobre sus hojas. Se dirigió hacia su escuela. A medida que avanzaba la jornada escolar, los gritos y los insultos hacia la niña eran más fuertes. Mientras le gritaban, ella pensaba en sus dibujos. En sus personajes. Los dibujaba. Se cansó. El maltrato de unos, la hipocresía de otros... Eso le daba ganas de verlos muertos.

Llegó a su casa, prendió la radio. Jim Morrison y su gente extraña. Continuó su obra. Sus manos dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Cuando vio la hoja se sorprendió, ésta reflejaba exactamente lo que tenía en mente. Sus compañeros colgando de sogas… Una sonrisa perversa apareció en su rostro. La gente es extraña… Sonó el teléfono. No habrá clases, un compañero se suicidó. Sintió placer... algo de culpa también, y así sería con los otros 25 cadáveres.

De repente se encontró gritando en un cuarto blanco y vacío, el pánico inundaba su mente. No podía mover sus brazos, un chaleco de fuerza no se lo permitía.

- ¡NO! –gritó. Sonaba el despertador. A su alrededor había hojas y hojas con dibujos. Todo había sido una pesadilla.

Fue a la escuela, pero no había nadie allí.

-No hay clases – dijo fríamente el portero -. Algo raro, una especie de epidemia… Todos los niños del sexto grado se ahorcaron.

La gente es extraña. Todos los niños están locos.