La venganza

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Todo pasó en la fría noche del 13 de diciembre. Sus vísceras decoraban la sala como guirnaldas, mi corazón ya no latía dentro de él. Le daría una noche que jamás olvidaría… Pero esa noche la olvidó. 13 de diciembre, su último día. 7 p.m. sonó el timbre. Era él. La noche perfecta, y la última. Una cena a la luz de las velas, 19 rosas y dos muertes. ¿O una? El vino estaba delicioso. No tanto como su sangre, claro. Lo noté tenso toda la noche, pero jamás pensé que haría lo que hizo. Comenzó con besos y caricias, terminó con un cuchillo atravesando mi cadáver. Dijo Romero: “Cuando no haya más lugar en el infierno, los muertos caminarán sobre la tierra”. Y a mí el diablo no me dio la bienvenida. Estaba muerta. Desperté. ¿Estaba muerta? Mi piel tomó un aspecto pálido muy fuera de lo común. El puñal seguía en mi cuerpo, pero no sentía el frío del metal. No sentía nada. Bajé las escaleras. Allí estaba el maldito, cenando mi corazón. Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío y se come despacio, pero yo tenía mucha hambre. Me acerqué. Él no se percató de mi presencia (Claro, estaba muerta). Tomé un cuchillo y no dejé de apuñalarlo. Lo tiré sobre la mesa y comencé con una macabra disección… ¡No me resistí a la tentación! Era la versión muerta y femenina de Hannibal Lecter… Pasé la noche degustando el manjar de su cuerpo. No encontré mi corazón, pero así estoy bien. Pasaron los días y nadie sabía nada, nadie sabrá nunca lo ocurrido, siguen buscando al asesino inexistente. Supongo que será un misterio para ellos, es más fácil creer que los zombis sólo existen en las películas. Pero aquí estoy… De día tan solo soy otro cuerpo bajo tierra, de noche soy una muerta con hambre.

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